Mons. Munilla (Info Catolica)
Como punto de arranque en este empeño, me sirvo de una conocida novela de Robert Hugh Benson —un anglicano converso al catolicismo—, que lleva como título El Señor del Mundo, escrita en 1907. Recurro a esa novela porque en diversas ocasiones el Papa Francisco la ha citado, como una clave hermenéutica para comprender la crisis contemporánea.
¿Cuál es la tesis de la citada novela recomendada por el Papa, y a la que me remito para inspirar el diagnóstico de nuestra crisis contemporánea? Se trata de una profecía de la llegada de un falso humanismo mundial, de apariencia pacífica y adornado de ciertos valores éticos, pero que en nombre de lo políticamente correcto pretende imponer unos valores contrarios a la ley natural y a la ley divina; y para ello se empeña en reducir el cristianismo a su dimensión privada, expulsándolo de la vida pública. La novela no tiene desperdicio, hasta el punto de que uno tiene la sensación de estar contemplando en ella la radiografía de nuestros días.
Por lo que a nuestra historia reciente se refiere, todos recordaremos cómo en el momento de la caída del Muro de Berlín, acuñamos ingenuamente el concepto de la “caída de las ideologías”. Llegamos a pensar que se había iniciado un nuevo orden mundial sin necesidad de ideologías políticas; e incluso, algunos concluyeron que la economía era suficiente por sí sola para cimentar el orden social, sin necesidad de filosofías, ni de teologías… El marxismo de la Europa del Este pasaba repentinamente a asumir las tesis de la economía de mercado; mientras que las democracias occidentales, de forma progresiva, renunciaban a su inspiración en el humanismo cristiano. El futuro de Occidente parecía construirse sobre las solas bases del bienestar económico, renunciando a otros planteamientos antropológicos, culturales o religiosos…
De esta forma, Occidente cometía una grave traición: optaba por el “tener”, por encima del “ser”; por el materialismo y el hedonismo, por encima de los valores que inspiraron su historia… Si bien es cierto que Europa continuaría cuidando y fomentando algunos valores éticos, lo más determinante de su nuevo rumbo fue el hacer oídos sordos a la llamada realizada por San Juan Pablo II en Santiago de Compostela, tras la caída del Muro de Berlín: “Europa, sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces (…) Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.
Aparentemente, Occidente terminó por transformarse en un cuerpo sin alma, donde lo único importante y definitivo parecía ser la economía floreciente y el bienestar social. ¿Acaso se habría llegado a alcanzar una ética del progreso renunciando a toda “ideología”? En pocos años se demostraría lo contrario… De la misma forma que no existe un cuerpo vivo sin alma, tampoco puede haber una sociedad de consumo, sin fundarse en una determinada concepción de la vida. Y así, en pocos años, la cultura fue asumiendo una nueva ideología… ¿A cuál me refiero? Sin duda, a la “ideología de género”. Está ocupando el rol del “alma” de Occidente, anteriormente disputada por el marxismo y el humanismo cristiano.
En realidad, todo apunta a que la “ideología de género” no es sino una metástasis del marxismo, asumida ahora por la cultura secularizada, mayoritaria en Occidente. A juicio de los más agudos analistas, el marxismo habría fracasado por haberse centrado en su teoría económica de la lucha de clases, pero sin atacar directamente a la familia, que es la que verdaderamente configura los valores de la persona. Por eso, en el momento presente, la “ideología de género” ha sido diseñada para confrontarse con la familia y con la misma concepción natural del hombre.
Como decía Chesterton, la persona desvinculada de la familia y de su propia naturaleza, es plenamente manipulable por el proyecto consumista. Al totalitarismo no le interesan las familias sanas y fuertes, sino las personas solitarias y desvinculadas. La victoria plena de este “nuevo orden” solo se puede conseguir desterrando el principio de subsidiariedad, hasta eliminar cualquier institución intermedia entre el Estado y el individuo. De esta forma, el ser humano se somete al “dios Estado”; y no le queda más remedio que seguir los dictados del consumismo, en obediencia plena y sumisión a lo políticamente correcto.
El pensamiento único se ha convertido en “ley” en nuestros días. En poco tiempo hemos pasado del relativismo a la dictadura del relativismo. En el campo político, los supuestos contendientes no presentan diferencias sustanciales en lo que al pensamiento antropológico y moral se refiere. En realidad, hoy en día, un secularizado ‘de derechas’ piensa sustancialmente lo mismo que un secularizado ‘de izquierdas’. Y es importante que tengamos la clarividencia necesaria para percatarnos de que lo que llamamos “políticamente correcto”, finalmente convertido en ley, se identifica con la “ideología de género”; la cual tiene en su agenda la deconstrucción del matrimonio y de la familia, por tratarse del único bastión que se le había resistido al “Señor del Mundo” —parafraseando el título de la novela—, de cara a poder controlar a su antojo la misma humanidad.
Queridos hermanos, la Iglesia Católica y los cristianos ya hemos superado muchas dificultades en más de veinte siglos de historia. Al final, más allá de las crisis, queda siempre lo verdadero y permanente: el amor de Dios por el hombre, y el destino eterno al que nos llama. Tenemos plena confianza en que la providencia divina guía la historia por encima de nuestras contradicciones y pecados; pero, precisamente por ello, no somos ignorantes ni indiferentes ante los retos del presente. Es previsible que en el futuro hayamos de pagar un precio alto por mantener una conciencia crítica frente a este pensamiento único, y, no digamos nada, por ejercer la denuncia profética frente al “Señor del Mundo”. También los nuestros son “tiempos recios”, como decía Santa Teresa de Jesús, en los que hemos de estar atentos a la permanente tentación de mundanización, contra la que, con tanta frecuencia, nos está previniendo el Papa Francisco…
Precisamente, refiriéndose a la novela citada —esta vez en el contexto de una homilía en la residencia de Santa Marta—, decía el Papa Francisco: “Existe una insidia que recorre el mundo. Es la «globalización de la uniformidad hegemónica» caracterizada por el «pensamiento único», a través del cual, en nombre de un «progresismo propio de adolescentes», no se duda en negar las propias tradiciones y la propia identidad” (18.11.13)
¡Que María nos ayude a comprender cómo se ve la Tierra desde el Cielo, para que no seamos engañados por ideologías falsas y caducas! Sabemos que el hombre no es feliz cuando recorre los caminos de su propio orgullo, sino cuando acepta su verdad y su condición de hijo de Dios. Santa María, en su humilde sí a Dios, dice el verdadero sí al ser humano y a la familia. Ella es modelo para todos: en su aparente debilidad, triunfa y permanece, mientras que todo lo falso pasa y desaparece.